R: Nos ha obligado a comprender que todos somos víctimas potenciales. Entre las víctimas había gentes de muchas nacionalidades, cuyo único delito era el de ser civiles que vivían en libertad. El terrorismo ha tomado proporciones planetarias. La amenaza es hoy universal. El 11-S fue una declaración de guerra universal. Los terroristas de hoy saben que pueden matar a decenas, centenas, millares y quizá decenas de millares de civiles.
P: La guerra y la posguerra iraquí, ¿no ha desenterrado nuevas amenazas terroristas?
R: A mí me hubiera gustado que fuera posible eliminar a Sadam sin recurrir a la guerra. Pero Sadam encontró ayudas inesperadas en los países que intentaron frenar la presión militar, haciendo la guerra inevitable. La desaparición de una tiranía criminal me parece una cosa positiva. El terrorismo, la tortura, la esclavitud, legitiman la acción militar contra esas plagas espantosas. El atentado del 29 de agosto pasado, en Bagdad, fue una suerte de 11-S contra la ONU. Días más tarde, el atentado contra la embajada de Jordania fue un 11-S contra los estados árabes moderados. A continuación, el atentado de Nadjaf, la profanación de la mezquita de Ali y el asesinato del ayatolá Hakim fue un 11-S contra los chiíes. Los partidarios de Sadam y los de Ben Laden son nihilistas terroristas de la misma especie. Las primeras víctimas son siempre los más humildes, las poblaciones civiles de las ciudades iraquíes, donde los terroristas intentan evitar la creación de un Estado de nuevo cuño.
P: Hay quienes comparan el hostigamiento que sufren las tropas aliadas en Irak al sufrido por el ejército de Napoleón, en España, reflejado en los Desastres de la guerra de Goya. Una guerra entre un ejército regular y partidas de combatientes irregulares...
R: La comparación no me parece del todo oportuna. Las tropas aliadas desean y terminarán imponiendo un régimen libremente elegido por los iraquíes. Hoy se manejan dos definiciones del terrorismo y el terrorista. Los autócratas, los tiranos, dicen que son terroristas los combatientes irregulares que combaten a sus ejércitos. Esa era la definición de Hitler contra la resistencia francesa, o la de Putin contra la chechena. Hay otra definición del terrorista, que yo prefiero: un hombre armado que ataca a hombres desarmados y poblaciones civiles, sembrando el terror con matanzas indiscriminadas, donde las primeras víctimas son los civiles desarmados. Los ejemplos clásicos son bien conocidos: Guernica bombardeada a la hora del mercado, las Torres Gemelas atacadas cuando la gente estaba trabajando, Varsovia arrasada por Hitler, Grozny arrasada por Putin, Halabja gaseada por Sadam. En Irak y fuera de Irak esa es la primera amenaza, sombría.
P: Usted compara el terrorismo de nuestro tiempo con la peste descrita por Tucídides en su historia de la guerra del Peloponeso. Peste que terminó por convertir Atenas en un campo de cadáveres y que, en verdad, también era una enfermedad del espíritu.
R: En cierta medida, la peste intelectual, hoy, es aliarse contra los americanos, para intentar favorecer alguna forma de derrota. Aliarse con Putin, que practica el terrorismo de Estado, en Chechenia. Aliarse con los autócratas chinos, que colonizan el Tibet. Se trata de alianzas inmundas.
P: El cinismo diplomático de los Estados es una realidad histórica universal. Sin embargo, la peste y la amenaza terrorista quizá tengan una «patología» menos racional, más nihilista. Los Estados defienden sus intereses. Los terroristas quieren destruirlo todo.
R: Efectivamente. La peste como símbolo de una patología tiene dos grandes modelos literarios. El modelo descrito por Albert Camus. Y el modelo descrito por Tucídides y Lucrecio, que nosotros podemos percibir como una epidemia universal. El terrorismo universal de hoy tiene esas proporciones devastadoras. Y no nace de esta o aquella guerra, de este o aquel conflicto. El peligro inmediato es ceder al pánico y ocultar la dura realidad de sus desafíos sin fronteras. Se trata, en definitiva, de un combate esencial entre la civilización y el terror. Si no conseguimos frenar esa peste internacional, todos, pobres y ricos, terminaremos por ser ejecutados de alguna manera. El terrorismo debe combatirse material y espiritualmente. Se trata, al mismo tiempo, de una batalla de ideas y de una prueba de fuerza, policial, militar, en muchos terrenos. Y en esa batalla se juega nuestro futuro de hombres y sociedades libres.